sábado, 21 de abril de 2012

Nietzsche y la voluntad de los mercados






«¡Por qué la humanidad habrá tomado tan en serio las afecciones cerebrales  de sutiles enfermos! ¡Bien caro lo pagó! »(Friedrich Nietzsche, Como se filosofa a martillazos)

Andaba el otro día tomándome un café en el bar y justo a mi lado, mientras le hincaba el diente a un cruasán, un tipo leía un artículo en el periódico sobre las oscuras maniobras financieras llevadas a cabo por algunos tahúres del póker bursátil; tipos de esos que no dudan en hundir países y condenar a varias generaciones a la miseria si con ello logran aumentar sus beneficios.  En esas estábamos, cada uno a lo nuestro, cuando de repente el fulano cayó presa de una súbita cólera y con el colacao saliéndosele por las narices exclamó: ¡Esta gente no tiene moral!  Dado el estado de excitación en que se encontraba, no era el mejor momento para entrar en debates, así que le tendí una servilleta y cerré el pico. No obstante, si la cosa hubiese estado más calmada, no habría dudado en decirle que la moral es como la cicatriz del ombligo: todo el mundo tiene una, es solo cuestión de fijarse. 
Lo que nuestro buen amigo del colacao quería decir es que el comportamiento de estos tipos no tenía cabida dentro de su concepción de la moral. Ahora bien, decir de alguien que no tiene moral, porque su moral no coincide con la tuya, es como negarle a alguien la facultad de pensar porque no piensa como tú. Hay que ir más allá. Hay que preguntarse: ¿Qué idea de moral subyace en las acciones de estos tipos? ¿En qué premisas filosóficas se asienta su idea de moral? ¿En las ideas sobre la acumulación de riqueza de Adam Smith? ¿En las ideas sobre la libertad de mercado de Milton Friedman? Frio, frio. ¿Les suena del algo el nombre de Friedrich Nietzsche?
Sobre la figura de Friedrich Nietzsche recaen dos dudosos honores: haber elevado el mostacho a la categoría de arte plástica y haber elevado lo que vulgarmente se conocía como un canalla sin escrúpulos a la categoría de superhombre. La tarea no fue nada fácil: Había que desmontar primero los pilares sobre los que se sustentaba el edificio de la metafísica occidental, tarea a la que nuestro hombre se aplicó con denuedo, pertrechado con el martillo del escepticismo y con el azufre de su acerba crítica. Así, sus escritos están preñados de críticas mordaces, de retazos de ideas, de abismales sugestiones, de intuiciones simbólicas, de enigmáticas máximas… en definitiva, de mórbidos vapores que subyugan la mente del lector y que en ella se entrelazan.  Semejante uso promiscuo y ambiguo de la palabra, “un sacramento de muy delicada administración”, en palabras de Ortega, provocó el mayor vertido de conceptos tóxicos al caudal de la filosofía occidental conocido hasta la fecha. Algo parecido a lo de aquella alma cándida metida a socorrista  que mezcló ácido clorhídrico con sulfato de no sé qué y la lió parda.
¿Por qué ese odio inveterado de Nietzsche a la metafísica? Fundamentalmente porque en ella se sustentaba la moral de su tiempo,  una moral que él consideraba decadente, propia de esclavos. Esta moral hundía sus raíces  en conceptos tales como Dios, el Bien, la Verdad, etc., que a juicio de Nietzsche eran, en realidad, conceptos hueros. Se trataba de una simple coartada utilizada por los débiles para inculcar a los fuertes valores destinados a esterilizar sus energías y sus instintos; valores tales como la compasión, la humildad o el amor al prójimo. De ahí su empeño por derribar esos antiguos ídolos, para poder llevar así a cabo una transmutación de los valores y conseguir que aflorase una moral de señores, de hombres fuertes.  De este modo, Nietzsche recurrió a una maniobra artera semejante a la del cuco: una vez que hubo vaciado el nido de la filosofía de los conceptos preexistentes, ayudado por sus indudables dotes de polemista y su brío narrativo, los sustituyó por otros, entre los que se acabará erigiendo como dueño de la pollada el concepto de la voluntad de dominación, comúnmente conocida como la voluntad de poder: « ¡Este mundo es la voluntad de poder, y nada más! ¡Y también vosotros mismos sois esa voluntad de poder, y nada más!» (La voluntad de poder, 1067)
 Para Nietzsche la voluntad no es el resultado de la interacción entre el intelecto y el deseo, sino que «la vida misma es voluntad de poder» (Más allá del Bien y del mal, 13). Lo que caracteriza a los seres vivos, incluidos el ser humano y el tahúr financiero, es su deseo de imponerse a los demás y cualquier acción busca esto y sólo esto. No hay por tanto buena o mala voluntad. La única voluntad existente es la voluntad de dominar, el deseo instintivo del individuo de imponer la propia supremacía. Esta supremacía es la «gran pasión, fondo y  poder de su ser, aún más esclarecida y despótica que el mismo individuo, que acapara todo su intelecto, ahuyenta los escrúpulos y le infunde valor para apelar incluso  a medios impíos» (El Anticristo, 54).
Por tanto el afán de dominar es, según Nietzsche, lo que caracteriza al ser humano, su esencia.  El que no ejerce el dominio no es porque rehúse hacerlo, sino porque no puede. Como afirma Zaratustra: «En verdad me he reído mucho  del débil, que se cree bueno porque tiene las garras tullidas» (Así habló Zaratustra, De los sublimes).  El fuerte, el aristócrata, el nuevo hombre virtuoso, se distingue porque ha cambiado los bajos instintos que oprimen la voluntad (la compasión, la humildad, las convicciones,  etc.), y deja que se manifieste en él el supremo instinto, la voluntad suprema: la voluntad de dominar a los demás, la voluntad de imponer las propias ideas, de elevarlas a la categoría estética de arte y jurídica de norma. Ésta es su moral. No hay un bien o un mal más allá.
Ahora bien, entonces, ¿qué es lo bueno? «Todo lo que eleva en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo» ―contestará Nietzsche― ¿Y lo malo? «Todo lo que proviene de la debilidad». ¿Y qué hacemos con los que se queden por el camino? La respuesta de Nietzsche es tajante y esclarecedora: «Los débiles y malogrados deben perecer; tal es el axioma capital de nuestro amor al hombre. Y hasta se le debe ayudar a perecer» (El Anticristo, 2). ¿Les suena?
Nuestros psicópatas de las fianzas han hecho suya esa moral: En el mundo no hay buenos o malos, hay gente que domina y gente que es dominada; tampoco hay actos buenos o actos malos en sí mismos, sino que serán buenos los que vayan encaminados a la conquista del poder y malos los que provoquen su pérdida. ¿Cómo se manifiesta ese poder? Básicamente mediante el dinero, que es su representación simbólica. Como afirma Nietzsche: «Han cambiado los medios de que se vale el deseo de poder, pero sigue hirviendo el mismo volcán […] lo que antes se hacía por la voluntad de Dios, hoy se hace por la voluntad del dinero, es decir, por lo que hoy produce el sentimiento de poder más elevado y la mayor tranquilidad de conciencia» (Aurora, 204).
¿Qué creen que hubiera pasado si le cuento al señor de barra todas estas cosas? Que nuestros hombres no sólo tienen moral, sino que además esa moral es una moral aristocrática; que el dinero es su Dios y que tenerle cerca les permite dormir con la conciencia tranquila. Creo que me hubiese estampado el cruasán en la cara. Por eso estas cosas prefiero contarlas aquí, donde lo más que pueden arrojarme es algún comentario envenenado, y esos los esquivo mejor que los cruasanes.




5 comentarios:

  1. Buenas,

    Me ha gustado tu reflexión sobre la moral de los mercados que he encontrado en "Principia Marsupia". Lo he relacionado con una comida que tuve con unos familiares de mi ex-mujer, me sorprendió que leían a Nietzsche (3 personas normales, y con gusto), para que veas lo perdidos que andamos como sociedad, o el proceso tan grande de plutoculturación (si me permites el palabro) al que nos están sometiendo. Las consecuencias humanas de estas ideas se pueden leer en los escritos de Zygmunt Bauman, que te recomiendo. Puedes ver algunas frases suyas en mi blog

    http://laproadelargo.blogspot.com.es/2012/08/la-guerra-de-divisas-i-280-buques-de.html

    Como sugerencia, estaría bien un rastreo histórico sobre las ideas de colectivismo y libertad, y su reciente contraposición, merced a Hayek.

    un saludo

    ResponderEliminar
  2. He echado un vistazo a tu blog y me parece una mina. Muchas gracias por el comentario y por haberme permitido conocerlo. Ya lo tengo colgado en favoritos.

    Un saludo

    ResponderEliminar
  3. No sé si estoy o no de acuerdo pero el articulo rebosa poder.
    De todos modos, Nietzsche se pasó un poco, no en vano se puso a filosofar a martillazos, pues para quien tiene un martillo todo son clavos y vaya si dio de martillazos con eso de la voluntad de poder. Diriase que en su caso la voluntad de epatar era lo mas. Si tienes poder pateas, pero no epatas, lo uno o lo otro.

    ResponderEliminar
  4. Buenas tardes Cazador,

    Me surgen dudas ¿tiene algo que ver la voluntad de poder con la filosofía objetivista de Ayn Rand tal y como se expresa, por ejemplo, en "La rebelión de Atlas"?

    Una cuestión técnica ¿como has logrado colocar una lista de tus entradas con ese diseño a la derecha? -espero que la respuesta sea sencilla, je, je-. Eso es todo

    un saludo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Jesús

      A decir verdad, no he leído "La rebelión de Atlas" y mis conocimientos de el objetivismo son superficiales. A bote pronto, aunque encuentro semejanzas entre la filosofía de Nietzsche y el objetivismo tales como el desprecio del altruismo y de la religión, su concepción del individuo es diametralmente opuesta. Rand aboga por el individualismo como un vive y deja vivir, donde ninguna coerción sobre los demás es admitida. Para Nietzsche un individuo sano y superior siente la necesidad de dominir a sus semejantes y debe hacerlo sin remilgos morales. Está inscrito en su caracter que su voluntad se manifieste y expanda sin cortapisas.

      Si tengo que buscar semejanzas con otros sistemas, la voluntad de poder está cerca de la filosofía que Max Stirner desarrolló en "El único y su propiedad" (que de hecho influyó en Nietzsche aunque él nunca lo mencione), que considera al individuo como una potencia en expansión cuya única limitación es su propio poder para conseguir lo que quiere.

      Para Nietzsche el ser humano no es egoista, como defiende Rand, pues el egoismo no es sino una categoría moral incrustada en la historia por los débiles que obra como pesada losa sobre los fuertes. La voluntad del hombre libre y poderoso, del superhombre, trasciende las categorías morales (un mero invento, una camisa de fuerza) y se impone a la del resto. ¿Por que es mejor? No, pues bondad y maldad también son cuentos morales. Sencillamente porque es más fuerte y como el agua en arroyada inunda todo a su paso.

      No se si te he sido de alguna ayuda, pero poco más te puedo decir al respecto. En cuanto a lo de los enlaces, te he dejado un mensaje en tu cuenta de facebook. Lo he hecho así para poder adjuntar una foto que espero te clarifique algo la explicación.

      Un saludo

      Eliminar