viernes, 7 de septiembre de 2012

Santo Tomás de Aquino y el Banco Central Europeo




Seguro que al leer el título de este artículo más de uno se habrá preguntado qué narices tiene que ver el más conspicuo representante de la escolástica medieval con el principal órgano rector de la política monetaria europea. La pregunta no es baladí, pues en apariencia nada tienen en común los dominios donde se extiende su respectiva influencia, es decir, la teología y la economía. Sin embargo, como acabo de decir, esa disparidad es solo aparente, pues en lo esencial ambas disciplinas se basan en unas cuantas asunciones racionales cuyo fundamento último es la fe.

Supongo que nadie se ha sorprendido al leer que el fundamento último de la teología es la fe, pero me imagino que al oír decir lo mismo de la economía la cosa habrá rechinado un poco y no todo el mundo se ha quedado conforme. A estos últimos les aconsejo que saquen un billete del bolsillo y piensen si realmente el trozo de papel que tienen entre los dedos vale lo que dice valer.

Un billete es una promesa  de bienes futuros sustentada en una fe presente: la que se deposita en la institución que lo ha emitido; de ahí que nuestros billetes sean denominados moneda fiduciaria (del latín, fiduciarĭus, íntimamente emparentado con fides, fe), pues su aceptación depende, como digo, de la confianza que inspira el banco emisor a la hora de respaldar su valor y no del valor intrínseco del material en el que van acuñados. Quizá en nuestros asépticos y anodinos euros nada de esto se aprecie, pero en los billetes escoceses de cinco libras, por ejemplo, todavía puede leerse que “El Banco Real de Escocia promete que pagará, a petición del portador, con una libra de plata de ley en su oficina central de Edimburgo”. 

Así mismo, las creencias son la base de cualquier religión y la correcta sistematización de éstas es el objeto de la teología. Del mismo modo, la correcta asignación de creencias desempeña un papel determinante en el ámbito de la economía y es el origen del otro gran pilar en el que esta se asienta: el crédito. La palabra crédito proviene del latín credĭtum, que proviene del latín crēdĕre, creer, dar fe. Hace hincapié la confianza depositada en una persona a la que se le ha prestado una determinada cantidad de dinero. Si esa persona es digna de confianza se deposita en ella la fe y es, por tanto, digna de crédito, convirtiéndose así en alguien a quien se va a creer, de donde procede la palabra acreedor.
Por si todavía hay quien no acaba de verlo claro, vaya un último dato: La Escuela de Salamanca, precursora en muchos aspectos de la actual teoría económica, cuenta entre sus fundadores con Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Melchor Cano, Mancio de Corpus Christi, Bartolomé de Medina, Pedro de Aragón, Domingo Báñez, Pedro de Ledesma, Basilio Ponce de León y Francisco de Araujo. ¿Imaginan a qué se dedicaban? Perrito piloto para el caballero: Eran teólogos.

Pues bien, después de tirarme tres párrafos convenciendo al personal de que teología y economía estas hechas de la misma sustancia que zurce los sueños, ahora me van a permitir, en parte, deshacer el camino andado: Aunque, como he apuntado, economía y teología comparten los presupuestos de los que parten, éstas difieren en cuanto a su objetivo: una se ocupa de los misterios de Dios y la otra de los misterios del dinero. Difieren, así mismo, en la influencia que ejercen hoy en día dentro de la sociedad: Mientras no hay telediario o tertulia que no cuente con un economista que con gesto grave nos instruya sobre los arcanos de la vida y el universo, y no hay corriente de opinión que no se cubra las espaldas con el sesudo análisis de algún teórico de la economía, para ver a algún teólogo aparecer en televisión hay que aguardar a que Belén Esteban tenga un éxtasis místico.

Sin embargo, en el siglo XIII las cosas eran distintas, el estudio de la teología ocupó la posición central que ocupa la economía en el nuestro. Y el papel central dentro de esa posición central le correspondió a un monje regordete cuya voracidad intelectual era aún mayor que la de su apetito: Tomas de Aquino. Tal es así que para cuando cumplió los cuarenta tenía terminado el mayor compendio de teología jamás escrito: La Summa Theologica.
Tomás era un tipo se tomaba en serio su oficio  y aunque estaba convencido que un conocimiento pleno de Dios solo se podía alcanzar a través de la fe, concedía la posibilidad de alcanzar cierto conocimiento de la idea de Dios mediante la especulación racional. Para ello pergeñó cinco vías o argumentos que, basados en la lógica aristotélica, permitían al ser humano acercarse a los dominios de la fe sin necesidad de dejar guardada la razón en el ropero de la entrada.

Estas cinco vías comparten un mecanismo similar: Parten de un hecho observable en la naturaleza (el movimiento, la necesidad de un origen causal inicial, la contingencia de los distintos seres, la aparición de diferentes grados de perfección y la tendencia hacia un fin establecido) que es diseccionado a la luz del principio de causalidad, aceptando como premisa que la serie de causas no puede extenderse de manera infinita, y concluyen que dichos fenómenos sólo son explicables si admitimos la existencia de un ser  que los origine y dé sentido, es decir, si admitimos la existencia de Dios.

Hasta que llegó Hume e hizo añicos el principio de causalidad (no se puede decir que María Antoñeta muriese guillotinada, sino que un instante después de que se produjese la confluencia espacio-temporal de su cuello y una hoja de metal su cabeza se le desprendió del tórax) la cosa funcionó bastante bien y sus seguidores estaban tan contentos con el trabajo de Tomás que llegaron a proclamarle “doctor angélico”, “doctor común” y “doctor universal”. Ahí es nada. Ahora bien, ¿se imaginan ustedes a alguien proclamando al Banco Central Europeo “banco angélico”, “banco común” o “banco universal”? No, ¿verdad? ¿Saben por qué? Pues porque ya hubiésemos querido los europeos que nuestro banco central hubiese sido la mitad de diligente en sus asuntos que lo fue Tomás de Aquino en los suyos. De hecho, ¿qué les parece si sometemos al Banco Central Europeo a esas cinco vías creadas por Santo Tomás?

Comencemos por la vía del movimiento, en concreto por el movimiento de capitales. Desde la creación del Euro hasta el comienzo de la crisis de deuda se ha producido un flujo constante y masivo de capitales hacia los países de la periferia, cuyo origen se sitúa en los tipos de interés artificialmente bajos mantenidos por el BCE[1].De este modo era muy sencillo para un banco alemán o francés conseguir dinero a un interés irrisorio y prestárselo a alguien que esperaba conseguir intereses de dos dígitos merced a inversiones especulativas en España, Grecia o Irlanda. La afluencia masiva y vertiginosa no sirvió sino para que se llevasen a cabo inversiones especulativas cada vez más arriesgadas en estos países y para que los respectivos estados gastasen en siete años el dinero de tres lustros.

La segunda vía a considerar es la que pone de manifiesto la necesidad de un origen inicial, de una causa primera sobre la que se asienten las causas subordinadas. En la actual crisis de deuda soberana europea a Grecia le ha tocado el papel de Helena en la guerra de Troya y es considerada la causa primera de todo este lio. Todo parece indicar que en 2002 el gobierno griego de Kostas Karamanlis ocultó, mediante una serie de maniobras financieras auspiciadas por Goldman Sachs, su verdadera deuda para poder formar parte del euro y que aquellos polvos trajeron estos lodos. No obstante, ¿saben ustedes quien era entonces el vicepresidente de Goldman Sachs International? Mario Draghi, actual presidente del Banco Central Europeo.[2]

La tercera vía es la vía de la contingencia. Los bancos parecen eternos, pero a veces también atraviesan dificultades e, incluso, quiebran. Si un banco pequeño tiene problemas de liquidez puede pedirle prestado a uno más grande; si uno grande los tiene puede pedirle a otro, etc. ¿Pero qué sucede si muchos bancos grandes tienen problemas para cuadrar sus balances? Es entonces cuando aparece la figura del banco central como prestamista de último recurso, como garante último e imprescindible de las imposiciones del resto de bancos. ¿Ha llevado a cabo esta tarea con eficacia el BCE? El caso de Irlanda es significativo: La quiebra de sus grandes bancos supuso la quiebra del Estado. Fue el Estado Irlandés el que debió salir al rescate de sus bancos y no el BCE, que es la pieza clave sobre la que debería descansar el resto del sistema financiero. 

La cuarta vía a considerar es la aparición de diferentes grados de perfección, a los que en términos económicos se les denomina prima de riesgo. La perfección la encarna Alemania, que es la que más barato consigue financiar su deuda y con la que los demás se comparan. Si España tiene una prima de riesgo de 521 pb, eso significa que tiene que pagar un interés un 5,21% más alto que Alemania por vender sus bonos a diez años. Hasta aquí todo claro y perfecto. La cuestión es, ¿Por qué si los desequilibrios macroeconómicos de España y el Reino Unido son semejantes, sin embargo, los tipos de los bonos británicos son solo ligeramente más altos que los alemanes?[3] Pueden darse muchas razones[4], pero la principal es que Gran Breteaña tiene un Banco Central con una política monetaria al servicio de su economía y España tiene su economía al servicio de la política monetaria del Banco Central Europeo.

Llegamos con esto a la última vía, la que estudia la tendencia hacia un fin establecido: ¿Cuál es el fin que el BCE tiene establecido? ¿Para qué sirve? Según el artículo 2 de sus estatutos es “mantener la estabilidad de precios”; en otras palabras: controlar la inflación a través de la política monetaria. De ahí que ningún país pueda emitir papel moneda sin su consentimiento y, lo que es aún más importante, en virtud del artículo 123 del Tratado de Funcionamiento de la UE, estos tampoco pueden financiarse a través de él o de los bancos centrales nacionales. ¿Qué significa esto? Que si un estado quiere financiar su deuda tiene que recurrir a inversores privados, a los que habrá de ofrecer rentabilidades que en el caso de España oscilan entre el 6,5% y el 7,5%. Si tenemos en cuenta que en las últimas inyecciones de liquidez los bancos han conseguido dinero a un interés cercano al 1%, que luego han invertido en deuda, cualquiera podría pensar que el BCE es más un instrumento pensado para mantener las ganancias de los bancos privados que la estabilidad de los precios.


A tenor de lo expuesto, parece que el Banco Central Europeo ha resultado ser el motor inmóvil de la economía europea, así como la causa primera de la crisis de deuda soberana; por otro lado, ni se ha constituido el primer respaldo necesario del resto de entidades contingentes, ni ha servido de intachable e imparcial espejo a través del cual se observasen los distintos grados de perfección; y por último, lejos de ser el todopoderoso rector de los designios económicos de los Estados miembros de la Unión, ha dado la impresión de ser una mera comparsa de la banca privada. Si como dijimos al principio una parte sustancial de la economía encuentra su último sustento en la fe, ¿qué fe pueden tener hoy alguien con uso de razón en las bondades de su intervención y arbitrio? La fe en el BCE, lejos de ser una fe dirigida por la razón, se ha convertido en una fe atávica y totémica, inculcada interesadamente por algunos brujos y hechiceros que desean mantener en la oscuridad y el temor a la atribulada tribu europea.

[1]http://mises.org/books/bagus_tragedy_of_euro.pdf
[2]http://blogs.lainformacion.com/zoomboomcrash/2011/06/27/senor-draghi-%C2%BFha-infringido-usted-alguna-ley/
[3]http://www.obce.es/files/Paul_De_Grauwe_paper.pdf
[4] Gracias a Jesús N. de La Proa del Argo por habarme proporcionado el siguiente enlace y por haber ampliado mi punto de vista http://www.nber.org/papers/w10276.pdf?new_window=1