miércoles, 30 de noviembre de 2011

Ben Parker y la responsabilidad


Una calurosa tarde de agosto de 1962 un tal Ben Parker llamó a su sobrino, que estaba como loco dando saltos de tejado en tejado y haciendo cabriolas mientras soltaba una especie de chorretes de poliuretano por un orificio apenas perceptible a la altura del ligamento transverso del carpo, y le dijo: chaval, deja de hacer el gilipollas. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y el chaval se aplicó el cuento y, con el tiempo, se hizo alguien de provecho.
Eran los comienzos de los años sesenta. La gente de por allí todavía se tomaba en serio el asunto y creía en cosas como la libertad, la responsabilidad y la posibilidad de mejorar, siquiera un poco, el espacio común que habitamos. Todavía no se habían echado en brazos de demagogos fumetas a los que la única libertad que les importaba comenzaba a la altura del glande o de profetas lisérgicos a quienes se les había quedado pequeño el mundo y buscaban una armonía universal y una paz cósmica. Eran tiempos en los que el bien y el mal no eran conceptos difusos al arbitrio de modas, opiniones o mayorías. Eran tiempos, en suma, en los que las personas sabían que uno tiene los derechos que se gana y que en cuanto deja de ejercerlos los pierde. La gente corriente no necesitaba de un tío Ben para caer en la cuenta de que dejar de ser responsable, conlleva perder un gran poder.
Pero desde entonces el mundo ha cambiado. No hace falta sentirlo en el agua, en la tierra u olerlo en el aire: Basta con echar un vistazo. Hoy en día la panda de colegiales en la que la sociedad se ha convertido concibe la libertad como una facultad cuasi mágica, que todos tenemos, para hacer lo que nos dé la gana sin que nadie pueda largarnos sermones o venirnos con reproches porque, como todo el mundo sabe, la verdad es relativa, todos tenemos nuestra parte de razón y, a unas malas, “con la venia señoría, mi defendido no era consciente de…” Hoy en día la responsabilidad es como cuando llevabas la cazadora al instituto en primavera: Algo inútil que te obligan a coger pero que estás deseando soltar; algo que dejamos en cualquier parte sin caer en la cuenta de lo que va dentro.
De este modo, cada día son más las parcelas en las que eludimos nuestra responsabilidad y la delegamos en otros con la alegre confianza de que aquellos harán lo que hagan en nuestro provecho porque así debe ser y tal es nuestro derecho como ciudadanos y contribuyentes. Así cedemos gustosos nuestra responsabilidad y nuestro dinero a políticos, sindicatos, consultores legales, asesores financieros, expertos en salud y, en definitiva, a cualquier cantamañanas con un poco de labia que nos diga que nos va a defender tal o cual derecho o nos va eximir de tal o cual responsabilidad.
Cada vez nos desentendemos más del funcionamiento de las instituciones y desconocemos desde cómo hacer la declaración hasta cómo rellenar una hoja de reclamaciones. Desoímos consejos y explicaciones bien porque creemos saberlo todo, bien porque nos hemos acostumbrado a ir felices por el mundo sin saber nada. “Es que es imposible hoy en día saberlo todo”, dirán algunos. Lo que es realmente imposible es ir por la vida sin saber nada y pretender que todo nos sea accesible y de nada debamos privarnos por el mero hecho de que tales son nuestros derechos y pagamos para que velen por ellos. Eso es lo que quieren que creamos; eso es lo que queremos creer;  y tanto monta, monta tanto, hasta que el tiro sale mal y caes en la cuenta de que vivías engañado. Entonces  sólo queda  reclamar al maestro armero.
Nos va como nos va, porque somos como somos. Se imaginan ustedes la escena inicial traída a nuestros días, con el tío Ben viendo hacer cucamonas a Peter y diciendo, en plan enrollado, pues largar sermones es de carcas: “Como mola colegui. No fear. No limits.” Y Peter, crecido y medio subnormal, sigue haciendo cucamonas por los tejados hasta que un día se parte la crisma y entonces, el tío Ben, furioso y febril se pone al frente de su legión de asesores y abogados hacia la comunidad de propietarios cuya chimenea no aguantó el peso de la telaraña.

domingo, 20 de noviembre de 2011

José Antonio y las elecciones


Me expongo a que algún analfabeto me llame facha, pero a estas alturas me resbala: Un día como hoy, 20 de noviembre, hace 75 años, murió fusilado  José Antonio Primo de Rivera en el patio de la cárcel de Alicante. Supongo que con los vaivenes y ajetreos de las elecciones, la prima de riesgo y la madre del cordero, pocos serán los que se acuerden. Y si alguien se acuerda será, me temo, para meterle en el mismo saco que a Franco, al que dejaron morir justamente ese día. No hay mucho que reprochar, por otro lado, porque el artero gallego se encargó en vida de uncir su borrica al celeste yugo del ausente auriga, hasta el punto de trasladar los restos de éste a la basílica del Valle de los caídos donde acabarían reposando junto a los suyos.
Como, por fortuna,  no tuve que tragarme de pequeño la rancia papilla que los ideólogos del movimiento cocinaron, cogiendo un poco de aquí y otro poco de allá según les cuadrase; ni en mi casa me inocularon odios ajenos e inveterados a los rojos, a los azules o a los grises, mi acercamiento a la figura y a la obra de José Antonio estuvo desprovisto de prejuicios y fue, sencillamente, fruto del azar y la curiosidad: Leí algo suyo en la universidad con veinte años y me fascinaron su manera de ver el mundo y la prosa elegante y afilada con la que transmitía ésta. Por tanto, el afecto que hoy por ambas profeso no proviene de un instinto heredado, ni de enmohecidas nostalgias, sino de algo mucho más elemental: Disfruto leyéndole, en sus palabras reconozco el eco de alguna lejana verdad e intuyo los ojos de quien ha mirado al mundo apoyado en el mismo alfeizar en el que ahora estoy.
Independientemente del papel que desempeñó o dejó de desempeñar en la política de su tiempo, sobre el que se ha hablado mucho y se ha dicho más bien poco, lo que tengo claro es que la obra de José Antonio es la obra de un hombre lúcido que conoce hasta el tuétano el alma de sus congéneres; uno de los pocos que en su tiempo observó la realidad española sin vendas ni anteojeras. Es a veces la obra de un visionario, cuyos juicios, expresados con elegancia pero sin medias tintas, todavía hoy suenan cercanos, casi proféticos.
 Por ser hoy día de elecciones,  voy a despedir este recorte  con un párrafo de su conferencia en el Círculo Mercantil de Madrid el 9 de abril de 1935: Evidentemente, para adueñarse de la voluntad de las masas hay que poner en circulación ideas muy toscas y asequibles; porque las ideas difíciles no llegan a la muchedumbre; y como entonces va a ocurrir que los hombres mejor dotados no van a tener ganas de irse por las calles estrechando la mano del honrado elector y diciéndole majaderías, acabarán por triunfar aquellos a quienes las majaderías les salen como cosa natural y peculiar.  Viendo la campaña electoral que acabamos de dejar atrás, uno no puede evitar estremecerse y pensar: “Qué razón tenía el jodío”. Si pueden, no se priven de leerlo.